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Estadísticas de irrespeto

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Probablemente muchos no se hayan percatado de la portada de hace unas semanas de la revista Caretas, en la que se usa una imagen intervenida de un grupo de personas de talla baja. Momento tomado…(No importa el momento) de un evento deportivo. La imagen compuesta por personajes en las que se sobreponen las cabezas de los candidatos, tratando de, según el semanario, representar a quienes contaban con menor porcentaje en las encuestas hasta ese momento. Bajo el título: Chiquitos pero picones , la portada, lo que se evidencia es el tratamiento ligero, grosero y discriminatorio; satirizando a las personas de talla baja, como si fueran la medida de una encuesta. Maltratando y faltando el respeto a este grupo de personas que viene luchando activamente por la revalorización, inclusión y respeto a los derechos que todos merecemos.    Imagen robada a la empatía, devaluada, usándola como objeto de burla es lo que nos debe sorprender, y no por el uso consuetudinario de alusiones, imágenes o l

La esperanza no es una estrategia

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Los mensajes presidenciales durante el primer mes de las restricciones de movilización parecían ser protectores y alentadores en momentos. Ante la incertidumbre e incredulidad de muchos sobre si la pandemia del COVID-19 existía o solo se trataba de una artimaña para controlar nuestra vida y espacios ante un cambio económico de dependencia o de solo prácticas para quién sabe qué fines. Mientras pasaban los días y los reajustes de movilización y demás, se incrementaban y cambiaban según los resultados de las pruebas médicas que se hacían, a la par con los infectados en etapas de hospitalización y otros factores.  Día con día esperábamos escuchar iniciativas de futuras acciones a tomar para ir encaminados a una nueva normalidad, pero nunca ocurrió. Solo los reportes de algunas compras de equipo médico que se harían, de conversaciones con especialistas y políticos que no se compartía en propuestas tangibles; así como de cifras confusas, para muchos, sobre apoyo a empresas con un programa

Yo en cuarentena

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En los primeros días en que empezaron las restricciones de inmovilización social por la pandemia del Nuevo Coronavirus, estaba por iniciar, para mi suerte, un curso en módulos que me entretuvo  durante todo el mes de marzo, y sí que me hizo sufrir un poco. A la par que me enteraba sobre los avances, a la mala, de la pandemia. Es decir, sobre los fallecidos. Mientras sentía que día tras día el mundo se iba paralizando y que a pasos largos el país también lo iba sintiendo, pero no asumiendo. Mis propuestas de trabajo se detuvieron y otros quedaron a medias, con la incertidumbre y la preocupación compartida por muchos, de no saber qué más hacer, a la vez de solo esperar resguardados en casa, cuidándonos para poder cuidar de los que nos rodean. Para mi fortuna, en mayo, apareció otro curso que tomar y mucha incertidumbre que disipar. Así que mi estrés se distrajo en estudiar y en los quehaceres familiares. Ahora, a ochenta y un sencillo de días, sigo acatando las normas que el Ejec

¿Y mis muertos? Se van solos...

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   ¿Cómo se puede mitigar el dolor por la pérdida de tu padre, hermana, amigos, profesores o quizá vecinos? ¿Cómo no tener siquiera la contención de un abrazo? Esperando las cenizas. Esperando solo el informe de deceso. Esperando los restos. No esperando nada. Porque nadie te ha dicho algo. ¡Cómo nos acompañamos si estamos a dos metros! El Coronavirus no solo se lleva tu seguridad, valentía, felicidad, libertad; se lleva a tus muertos. Se van solos, sin nosotros. Se me obstruye la garganta cuando me dicen: “la situación en Ecuador está brava”, “los hospitales ya colapsaron”, “las cajas de cartón ya no se usan para los plátanos”,“hay más de 60 mil muertos en EE.UU.”; sin ninguna consideración por la carga emocional en las palabras conferidas. No murieron peces por bombeo de sanguaza o calentamiento de las aguas. La normalización del lenguaje en las muertes por el COVID-19, no solo es usado por las personas con las que me cruzo, sino por los medios de comunicación. ¿Hay algun

Y las mascarillas son otro tema

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De las veces que salía a comprar, sobre todo al principio de la inmovilización, no todos usábamos mascarilla; así que veía a las personas comiendo o bebiendo con la mascarilla en el mentón, bajo los maxilares, tapando su garganta, colgando de una oreja o del dedo meñique mientras comían papitas y dulces. También eran usadas como pulseras y aprisionadas junto al monedero. Los hombres más seguros las guardaban en el bolsillo de atrás con la billetera o en un bollito dentro del bolsillo delantero con las llaves. Era un espectáculo delirante, que lindaba con lo preocupante y lo aterrador, pero no por ello menos jocoso también. Por lo menos para mí. Al llegar al mercado me encontraba con un festival de máscaras y antifaces. De no creer en otros tiempos, ni en este. De pronto, parece que la preocupación en la premura de la compra, en estos espacios se amilana un poco. El tratar de alejarse de algunos y el de no hacerlo otros, me hace prestar más atención en el camin

¿Quién puede desoír una campana?

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Desde el primer día en que el presidente Vizcarra dio el pésame a la familia del primer fallecido por COVID-19 que se produjo, si no hierro, el 19 de marzo, me sobrecogió la acción. Era el presidente dando el pésame a una familia, que en ese momento éramos todas las personas que vivimos en el país. Era uno de nosotros y el primero de quien no queríamos saber; porque significaba que la pandemia que viajaba por el mundo ya se había asentado, que ya tenía su primera víctima; y que probablemente no se detendría. Y con la negación en la boca y la histeria colectiva en ristre, fue que decidimos aplacarla: con papel higiénico. Las medidas determinadas por el Ejecutivo no tardaron en darse a conocer. El cierre de fronteras aéreas y terrestres serían los primeros pasos. Mientras, poco sabíamos del paciente cero y su evolución. Lo que se sabía era que la cremación dentro del plazo de las seis horas, establecidas de acuerdo al protocolo sanitario, es lo que se haría con los

Un cumpleaños adelantado

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En tiempos de Coronavirus Debe ser que al estar en casa por cuidarnos a todos, y porque no estoy leyendo unas separatas que tengo atrasadas de un curso que estoy tomando, que le robo un poco de tiempo al tiempo para retomar este espacio casi abandonado por infinidad de pretextos.      Hace unas tardes, mientras mi madre leía el libro sobre Mercedes Cabello: Sin Perdón y sin Olvido” me pregunta: ¿Hoy es día domingo? y yo distraída le digo que es lunes. Me río y me preocupo, porque tampoco estaba consciente del día en que vivía. Y era martes por la noche (día 16 del estado de emergencia) y al día siguiente sería su cumpleaños; que por una confusión comunitaria familiar, y producto del estado de emergencia social y emocional que vivimos se lo celebramos desde esa noche apenas dieron las doce.     Entre damasco y damasco dábamos cuenta del tema que nos invade y preocupa a “todo el mundo”, creo que es la primera vez que uso esta frase realmente, totalitariamente.     Mi m