Yo en cuarentena




En los primeros días en que empezaron las restricciones de inmovilización social por la pandemia del Nuevo Coronavirus, estaba por iniciar, para mi suerte, un curso en módulos que me entretuvo  durante todo el mes de marzo, y sí que me hizo sufrir un poco. A la par que me enteraba sobre los avances, a la mala, de la pandemia. Es decir, sobre los fallecidos.

Mientras sentía que día tras día el mundo se iba paralizando y que a pasos largos el país también lo iba sintiendo, pero no asumiendo.

Mis propuestas de trabajo se detuvieron y otros quedaron a medias, con la incertidumbre y la preocupación compartida por muchos, de no saber qué más hacer, a la vez de solo esperar resguardados en casa, cuidándonos para poder cuidar de los que nos rodean.

Para mi fortuna, en mayo, apareció otro curso que tomar y mucha incertidumbre que disipar. Así que mi estrés se distrajo en estudiar y en los quehaceres familiares.

Ahora, a ochenta y un sencillo de días, sigo acatando las normas que el Ejecutivo y el Minsa recomiendan para evitar el contagio del COVID-19. Leo noticias, me he suscrito a otros medios traduciéndolos,  porque los idiomas no son una de mis fortalezas. No se me dio por llenarme de info sobre el virus.

Evito la infodemia y solo comparto lo que se ha comprobado por especialistas y avances en la creación de algún tratamiento para el COVID-19, nada de supercherías en mis redes, intento dar buenas nuevas, aunque se estén elaborando, ya que todos los intentos y estudios se mueven, cambian, nada es eterno en estos momentos: porque el virus es nuevo y se prueban tratamientos mientras se sigue estudiando la creación de la vacuna.

Fui cambiando con los días: dormía hasta tarde, obviamente me desvelaba, ya que el silencio y los pensamientos hacen mucho ruido.

Como todavía tenemos sol, por las mañanas, lo ligero que antes no usaba, lo casi olvidado; así como prendas raras salieron de su encierro. Muchos moños, nada de lápiz de ojos y sí de labial de todos los tonos, y de los que no solía usar porque no eran necesarios o porque eran muy llamativos o por el sin saber por qué. ¡Ah! solo en casa ya que con la mascarilla difícilmente son necesarios los labiales.

Salgo a hacer compras y veo a las personas con curiosidad, veo sus compras y sus apuros, converso un poco con mi casera heredada, de mi madre, de las verduras, jovencita que la extraña por los consejos que le daba.

Hasta ahora un poco distraída, a veces, por lo que debo comprar y me pregunto cómo mi madre podía recordar y programar muchas cosas para la semana. Pienso que debo seguir actualizando mi blog, medio rescatado en estos tiempos, mientras llegan mejores, junto al apetito.

Veo los cambios y medidas de higiene para evitar el contagio en el mercado y los alrededores. Hay días en que se hace una cola para ingresar, previo alcohol en  manos, carrito y pisar agua con lejía. Pero en los alrededores siguen los ambulantes ofreciendo fruta, verduras, mascarillas, pulverizadores domésticos, etc. sin la menor precaución, ni mucho menos temor por contagiarse de este virus que provoca tanta rebeldía, desconcierto, soberbia y sobre todo indiferencia.

En casa. Y por la tarde, con la serenidad que produce el silencio, pienso: Me olvidé de la canela.




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