¿Quién puede desoír una campana?





Desde el primer día en que el presidente Vizcarra dio el pésame a la familia del primer fallecido por COVID-19 que se produjo, si no hierro, el 19 de marzo, me sobrecogió la acción. Era el presidente dando el pésame a una familia, que en ese momento éramos todas las personas que vivimos en el país.
Era uno de nosotros y el primero de quien no queríamos saber; porque significaba que la pandemia que viajaba por el mundo ya se había asentado, que ya tenía su primera víctima; y que probablemente no se detendría.
Y con la negación en la boca y la histeria colectiva en ristre, fue que decidimos aplacarla: con papel higiénico.
Las medidas determinadas por el Ejecutivo no tardaron en darse a conocer. El cierre de fronteras aéreas y terrestres serían los primeros pasos.
Mientras, poco sabíamos del paciente cero y su evolución. Lo que se sabía era que la cremación dentro del plazo de las seis horas, establecidas de acuerdo al protocolo sanitario, es lo que se haría con los fallecidos.
Al escuchar cada medio día la conferencia de prensa que brindaba el presidente y cómo las medidas restrictivas de tránsito y de salud se iban dando y reajustando, también nos dábamos cuenta que esto que vivíamos era el principio del cambio. El principio de lo que muchos no querían aceptar.
Es doloroso para mí escuchar decir: hay tantos muertos, tantos infectados, tantos en cuidados intensivos. Y me lo dicen o escriben como si se tratara de cosas, de muebles, solo como cuerpos sin vínculos. Me lo dicen como si lo solicitara. ¿Cuándo fue que lo hice y por qué creen que necesito saberlo? ¿Se olvidan que también soy cercana a la información?
La palabra muertos es tan fuerte en su construcción que me causa terror, dolor por las familias que se ven ahora sin ellos. Sin sus muertos. Que ya no pudieron verlos, ni podrán velarlos. Me entristece sobremanera.
Hasta ahora el presidente, cuando nos comunica el balance del día sobre las compras, iniciativas, progresos, decretos aprobados y demás; al referirse a los fallecidos, también les dirige a las familias unas palabras por su pérdida.
Uno de mis temores es pensar en ¿¡Qué pasará cuando ya no podamos dar el pésame!?

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